El manejo del estrés

Hay una estrecha relación entre enfermedad y estrés. Inclusive, algunas publicaciones lo catalogan como la enfermedad del siglo 21. De ahí que muchas personas esperamos con ansias, el descubrimiento de una vacuna o de una medicina capaz de erradicarlo por completo.

Sólo lo primero es cierto. El estrés tiene que ver, de mil maneras, con el desarrollo de múltiples enfermedades y condiciones biológicas y psicológicas que nos incapacitan o merman nuestra productividad. Pero no es una enfermedad como tal y, por consiguiente, no podemos esperar, ni una vacuna, ni una medicina para prevenirlo o erradicarlo. Lo que nos queda es entenderlo y aprender a lidiar con él.

El estrés es un estado transitorio del organismo, que se alcanza de manera instantánea e inconsciente, cuando nos sentimos o creemos estar frente a situaciones amenazantes o molestas. Este estado se caracteriza por una liberación inusual de energía, que sirve para que uno reaccione rápida y enérgicamente ante tal situación. Después de la acción, el organismo debe pasar a un estado, también transitorio, de reposo o relajación, para darse la oportunidad de recuperar la energía recién gastada. Algunos autores señalan que es el remanente de un mecanismo del hombre primitivo que le servía para hacerles frente a las bestias feroces cuando se veía abocado a pelear o huir.

Siendo esta la descripción general del estrés, habremos observado que se trata de un mecanismo para preservar nuestra vida o nuestra integridad física y psicológica, al menos, cuando las amenazas son reales. Y, también, que el desgaste repentino de energía es compensado a continuación, por lo que el organismo no debería verse mermado en su condición de salud-normalidad.

La vinculación del estrés con la enfermedad comienza cuando éste no puede completar su ciclo natural de acción. Es decir, cuando el organismo no tiene la oportunidad de llegar a la fase final de reposo. Esto ocurre, principalmente, cuando permanecemos estresados por largos períodos de tiempo; cuando estamos estresados por varios hechos simultáneamente; cuando la intensidad del estrés es demasiado elevada y, cuando, no estando en presencia de hechos razonablemente estresantes, seguimos alimentando tal condición. En todos estos casos, el organismo sigue consumiendo una cantidad importante de energía que debería estar a disposición para el correcto funcionamiento de nuestros órganos y sistemas. Obviamente, es cuestión de tiempo para que se empiecen a presentar los primeros síntomas de alguna anormalidad.

Vista la relación estrés-enfermedad y la realidad de que el estrés, más que un enemigo silencioso, es realmente un brioso corcel que debemos aprender a controlar para nuestro beneficio, paso a explicar, brevemente, otros aspectos que debemos tener en cuente para poder hacerlo.

Fui cuidadoso al explicar que el estrés se activa ante situaciones que “creemos o sentimos” como amenazantes o molestas. Fue a propósito. Porque, cuando hablamos de amenazas, lo que menos interesa al organismo es si la amenaza es real o figurada. En la instantaneidad de la situación, no hay tiempo para tales minuciosidades. Lo más importante en el momento es reaccionar. Por ejemplo, a veces nos asustamos terriblemente por algo que creímos era un peligro, reaccionando con un grito o una veloz carrera, constatando al segundo siguiente que sólo se trató de una falsa alarma. En este sentido, la activación del estrés depende más de nosotros que de la realidad por lo que, mucho del estrés que vivimos se debe a malas interpretaciones que hacemos de la realidad.

De esta forma, si queremos bajar un poco las situaciones estresantes, debemos cuidar mucho cómo es que pensamos acerca de ellas. Las personas alarmistas, exageradas, pesimistas, temerosas, tienden a estresarse más, en comparación con otro tipo de personas, porque interpretan como amenazantes, mucho más situaciones que realmente no lo son.

Otro punto importante es entender la irreversibilidad del ciclo del estrés, una vez éste se activa. Es decir, activado porque interpretamos algo como amenazante, ya no hay marcha atrás, tiene que completarse el ciclo completo, el cual es:

Tensión mental: captado el asunto potencialmente amenazante, los procesos mentales se aceleran, especialmente la atención, la cual se concentra sobre ese elemento estresante. En cambio, otros procesos como el razonamiento, la memoria y el juicio, parecen congelarse.

Tensión eléctrico-química: la condición mental del momento activa automáticamente, ciertas órdenes cerebrales para que se viertan al torrente sanguíneo sustancias químicas que hacen liberar energía adicional de cada célula.

Tensión física o muscular: liberada la energía adicional, por defecto, hace que el cuerpo físico entra en tensión, quedando en total disposición para actuar.

Acción o reacción: ahora, en estado de estrés, que son las tres tensiones descritas en los puntos anteriores, el organismo puede pasar a la acción, transformando la energía en acto. Si la energía se transforma en acción, ya no hay problema. Para eso está diseñada. La acción es el único elemento de la secuencia que puede ser aplazado o suprimido a voluntad.

Reposo: pasado el peligro real o supuesto, el organismo retorna a su estado original o un poco menos activo, para darse la oportunidad de recuperar la energía gastada y estar en condiciones para la próxima ocasión.

Vale reiterar varios puntos:

  1. Todos estos procesos son automáticos e inconscientes. No dependen para nada del control de la voluntad o de la razón, excepto el pasaje a la acción.
  2. Todos estos procesos ocurren a una velocidad inimaginable, siempre en el mismo orden. ¿Cuánto tiempo transcurre entre ver un rayo y gritar o saltar, o llevarse las manos al pecho para protegerse? Milésimas de segundo, pero en ese lapso, interpretamos el rayo (entendimos que es una amenaza real), nos aceleramos (nos concentramos en el rayo y nos olvidamos del resto), el cerebro envió una señal eléctrico-química que liberó energía (sentimos calor o frío que recorre el cuerpo, cosquilleo en las manos, el corazón lo sentimos en la boca, etc.) y, finalmente gritamos (pasamos a la acción). Después de lo ocurrido viene el reposo (nos sentimos débiles, temblamos, nos desplomamos sobre un sofá, nos arqueamos sobre la pared a recuperar el aliento o nos quedamos mirando al vacío, etc.).
  3. La intensidad del estrés depende, totalmente, de la intensidad con que valoramos algo como amenazante. En otras palabras, lo que sentimos como una pequeña amenaza nos provocará un pequeño estrés; lo que sentimos como una gran amenaza, nos provocará un gran estrés. Recordemos que el valor siempre lo asignamos nosotros así que pudiera ocurrir que le asignamos un gran valor de amenaza a algo que no lo tiene y viceversa.

Ahora, con más elementos esclarecidos, pasemos a ver otras formas en que el estrés se vincula con la enfermedad.

Supresión de la acción. Por múltiples razones de índole social, cultural, de convivencia, etc., en numerosas ocasiones nos vemos forzados a suprimir la única parte de la secuencia que se puede alterar a voluntad que es el paso a la acción. Por ejemplo, nos abstenemos de llorar en público, de mostrar miedo, etc. Lógicamente, la energía adicional liberada no puede transformarse en acción, en consecuencia hace que el organismo se sobrecargue y se mantenga en tensión física el tiempo que dure la supresión.

Postergación de la acción. A veces, sí podemos pasar a la acción, pero no en el momento inmediato, sino, más tarde. Igual, el tiempo transcurrido entre el estrés y la acción cuenta como factor desgastante. El impacto negativo lo podemos minimizar si procuramos enfrentar las situaciones lo antes posible. Lo que pasa es que a veces, nosotros mismos no cooperamos en esto. Por ejemplo, si tenemos que enfrentar el estrés de dar un discurso, es mejor hacerlo ya que anotarse para ser el último. Mis estudiantes que conocen este truco se anotan para ya y salen rápido de ese trance; en cambio, los que se anotan para fin de semestre, pasan semanas y semanas desgastándose innecesariamente, estresados por aquél futuro evento, con el agravante de que, hacia los días finales, el estrés se va incrementando. (Síndrome de la hora cero).

Resolución inadecuada del estrés. A veces, el vínculo con la enfermedad no es directamente entre esta y el estrés, sino entre ésta y algunas medidas que “descubrimos” para reducir el estrés. Con mucha frecuencia, adoptamos comportamientos o prácticas que nos tranquilizan, o ingerimos productos que creemos que tienen un efecto positivo sobre el estrés, ignorando que son más los efectos adversos que los beneficiosos, resultando más costosa la cura que la enfermedad. Beber, fumar, tomar sedantes, consumir drogas, etc. No sólo nos crean dependencia, sino que dañan al organismo, directamente, aun cuando sean útiles para los fines del estrés.

Por último, daré una fórmula de sentido común para manejar el estrés. Si algo nos estresa y lo podemos evitar, mejor evitémoslo. Creo que así solucionaríamos más del 60% de nuestro estrés diario. No he dicho nada nuevo ni extraordinario, pero, curiosamente, esto es lo que menos hacemos. Por ejemplo, solemos dejar todo para última hora, gastar más dinero del que ganamos, hablar por horas y horas de algo malo que ocurrió, buscar actividades estresantes, etc.

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