Artículo escrito en marzo de 1993.
Hace unos meses pregunté a más de mil personas ¿qué es un delincuente? Nada complicado; una simple pregunta a la que las personas dieron con rapidez, y sin lugar a duda, las siguientes respuestas: un maleante (56%); un psicópata (20%) y un presidiario (17%). El restante 7% se diluyó en respuestas como: un infeliz, un degenerado, un desalmado, un paria.
En un primer análisis, podríamos destacar que el 100% de las personas preguntadas, no tuvo ningún grado de dificultad para dar una respuesta concreta. Y, por extensión, podríamos inferir que el resto de la ciudadanía tampoco la tendría. Por otra parte, la velocidad de sus respuestas nos demostró que estaban firmemente convencidas de su definición; de otro modo, hubiesen tenido muchas dudas para responder. Estas observaciones podrían hacernos llegar a la conclusión de que la ciudadanía: 1- tiene una respuesta concreta para esta pregunta y 2-está totalmente convencida de que su respuesta es correcta.
Pero, precisamente estas dos posibles conclusiones nos llevaron a un segundo análisis más profundo. El que 100% de los encuestados no haya tenido dudas sobre su respuesta no significa que saben qué es un delincuente. Lo único que significa es que tienen una concepción distorsionada del tema, tal como aclararemos en breve.
Por otra parte, un punto mucho más preocupante es que, dentro de los encuestados, el 95% fueron profesionales o estudiantes de ciencias afines al tema, que trabajan directamente con delincuentes, tales como abogados, trabajadores sociales, psicólogos, psiquiatras, criminólogos, empleados carcelarios y policías. La implicación de esto último es, entonces, ¿qué tan confiables podrían ser las actuaciones en dirección al tratamiento y rehabilitación del delincuente si se estima que casi la totalidad de los profesionales involucrados en el tema, manejaron un concepto equivocado?
Escribo este breve artículo porque me parece necesario aclarar los conceptos. Sobre todo, porque en este momento las estadísticas de delincuencia se mueven en dirección ascendente, posiblemente como secuela de lo vivido recientemente en la invasión (diciembre de 1989) y habrá que hacerle frente al problema, pero de manera apropiada; con conceptos claros pero acertados; fundamentados en la investigación científica y aceptados y compartidos entre todos los involucrados. No debemos permitir que el tratamiento del delincuente y las políticas que lo sustentan, queden a expensas de conceptos errados, personalizados o carentes de sustento científico.
Empecemos hablando de delincuencia. Esta es una palabra, más bien, de uso estadístico, que se refiere a la cantidad, frecuencia o tipo de delito cometido en una circunscripción regional (país, provincia, distrito, etc.) y en un espacio de tiempo (año, mes, semana, día, etc.) No tiene mayor complejidad. Cuando usamos la palabra “delincuencia”, generalmente la acompañamos de otras palabras para contextualizarla, por ejemplo, situación de la delincuencia en la provincia de Panamá, en el año 1992.
Por otra parte, la palabra “delincuente” es un sustantivo común, de origen y aplicación legal, con el que se designa a aquella persona que ha cometido delito. O, en palabras más técnicas, que ha incurrido en un comportamiento típico, antijurídico y culpable. Se entiende como comportamiento típico, aquél que ha sido descrito, contemplado, tipificado o contenido en el Código Penal de nuestro país. Este es el catálogo donde se señalan las conductas que se constituyen en delito. Por otra parte, antijurídico significa que estos comportamientos son contrarios a derecho o a las leyes. Y culpable, significa que una autoridad competente, un juez, ha podido establecer que la persona señalada es responsable de haber cometido tal comportamiento contrario a la ley y, por consiguiente, debe condenarlo a una pena a través de una sentencia en firme y debidamente ejecutoriada. Es, con la sentencia, donde la persona adquiere el estatus de delincuente, aunque este hecho no ocurre de manera explícita, sino que queda sobreentendido en el documento.
Como vemos, la palabra delincuente tiene un significado unívoco que no tiene por qué movernos a confusiones o ambigüedades y, en nuestro país, podría usarse como sinónimo de otros dos términos: sentenciado o condenado, comentando que en otros países suelen utilizar también el término convicto. Sin embargo, vale la pena saber que el significado erróneo atribuido a la palabra “delincuente” es el resultado de un desliz que data de los primeros tiempos en la historia de la humanidad, donde la casi totalidad de personas encarceladas, desterradas o confinadas a parajes aislados por haber cometido delitos, eran personajes violentos, abusivos, degenerados, etc., de ahí que daba lo mismo referirse a ellos por su situación legal o por sus cualidades personales.
Pero esta ligereza no fue subsanada como debió haber sido con el correr de los tiempos. Con la evolución de los sistemas judiciales también se incrementó la cantidad de hechos tipificados como delito que, no necesariamente tendrían que ser cometidos por personas violentas, degeneradas o despreciables, o por personas que tendrían la necesidad de cometer delitos. Esta realidad debió empezar a marcar una clara distinción entre personas delincuentes que tienen un perfil psicológico proclive al delito y personas que no. Y, por su puesto, esta distinción debería marcar las líneas de tratamiento de unos y otros tipos de delincuente en nuestros sistemas carcelarios.
Para una mejor comprensión de lo dicho, en un estudio en desarrollo, basado en personas delincuentes (entiéndase condenadas o sentenciadas), alojadas en las cárceles Modelo, El Renacer, San Felipe y La Joya (Guerrero, 1993), con el cual se busca establecer si hay alguna correlación entre las características personales del individuo y la comisión del hecho delictivo, los hallazgos preliminares nos muestran lo siguiente:
- Que el 15% de los estudiados no mostró ningún grado de relación entre su personalidad y el hecho delictivo porque el delito fue caso fortuito, condenado por error, aprovechamiento de vacíos legales o ignorancia.
- Que el 60% de los estudiados mostró una relación entre una característica aislada de su personalidad y el hecho delictivo.
- Que el restante 25% de los estudiados mostró una relación entre su personalidad total y el hecho delictivo. Pero, además, evidenciaron una actividad delictiva temprana y reincidencia o multireincidencia delictiva, característica que no mostraron los otros dos grupos.
En conclusión, podríamos señalar que sólo este último grupo tiene un perfil de personalidad proclive al delito y que, en nuestra nomenclatura, hemos optado por denominar “personalidad delictiva”. Cuando hablamos de “psicología de la delincuencia”, entonces, nos referimos a aquella rama de la psicología que concentra sus esfuerzos en determinar cuál o cuáles son las causas que hacen que un individuo desarrolle una personalidad delictiva, no cuáles son las causas de la delincuencia “per se”. Esto último podría ser un tema más apropiado para la sociología o para la psicología social, por ejemplo.