José Iván Guerrero G.
La idea de una comunicación inconsciente, pero efectiva, que escapa a la reflexión racional, tiene sus orígenes en el pensamiento filosófico de la antigua Grecia, reflejado específicamente en la obra “El Banquete”, de Platón. Hacia finales del siglo XIX, esta idea fue retomada por Bernheim y más tarde por Charcot, quienes la introdujeron al pensamiento occidental con el denominativo de sugestión, con interés de aplicarla al tratamiento psíquico. Sigmund Freud acoge el concepto y lo introduce al Psicoanálisis con el apelativo de transferencia, tal como vemos en sus escritos sobre la Histeria (Freud, 1,888). Allí escribió: “…por añadidura, cualquier lugar sensible dentro del cuadro de la hemianestesia puede ser subrogado por el lugar simétrico del otro lado [transfer].[1] Y luego explica que hay detrás de este proceso un componente de sugestión, tal como señala en este texto: “la primera trasferencia {Transfert} (trasferencia {Übertragung} de la sensibilidad [de una parte del cuerpo] sobre la parte correspondiente del lado opuesto) le fue sugerida al enfermo en cierta oportunidad histórica, y que desde entonces los médicos siguieron produciendo de continuo, por sugestión, este síntoma supuestamente fisiológico”.[2] Se entiende la sugestión como “la instalación de una representación conciente debido a un influjo exterior, y que es acogida por el paciente como si se hubiera generado espontáneamente”.[3]
Un poco más tarde, en su escrito “Sobre la Psicoterapia de la Histeria” (Freud, 1896) abandona la idea de la sugestión y utiliza el concepto de transferencia, tal como lo conocemos hoy. Se trata del traspaso inconsciente de contenidos psíquicos. Así lo expresa en el siguiente texto. “Cuando la enferma se espanta por trasferir a la persona del médico las representaciones penosas que afloran desde el contenido del análisis… La trasferencia sobre el médico acontece por enlace falso”.[4] Los contenidos psíquicos de la transferencia, a los cuales aludía en este escrito, se refieren a vivencias infantiles. Así lo afirma en este y otros documentos. En la obra “La interpretación de los sueños”, por ejemplo, señala que: “…unos días antes le había explicado que «las vivencias infantiles más antiguas no las tenemos más como tales, sino que son remplazadas en el análisis por «trasferencias» y sueños».[5] De este modo, el concepto de “transferencia” evoca un misterioso fenómeno psíquico que consiste en que los pacientes despliegan actitudes extrañas hacia el analista, que no son explicables en función del trato que reciben de él.
En un primer intento por explicarlo, señala que “ésta [la transferencia] nos enseña que la representación inconciente como tal es del todo incapaz de ingresar en el preconciente, y que sólo puede exteriorizar ahí un efecto si entra en conexión con una representación inofensiva que ya pertenezca al preconciente, trasfiriéndole su intensidad y dejándose encubrir por ella.[6] En este momento ya Freud tenía un atisbo del formidable poder de la transferencia y, aunque en principio la percibió como un obstáculo, pronto comenzó a advertir su importancia para el tratamiento.
Esta convicción de Freud se entiende mejor si comprendemos a lo que él llamó inconciente y cómo la transferencia es un mecanismo de acceso a él. El inconciente es una de las tres instancias psíquicas o estratos mentales que conforman la vida anímica y es el receptáculo de todas las experiencias de vida de las personas. El inconciente tiene su origen en la infancia tal como lo expresa aquí: “Biológicamente, me parece que la vida onírica parte por entero de los restos de la época prehistórica de la vida (de uno a tres años) -la misma que es la fuente de lo inconciente…”.[7] Y afirma en otro texto: “Es que lo infantil es la fuente de lo inconciente, y los procesos del pensar inconciente no son sino los que en la primera infancia se establecieron en forma única y exclusiva.[8]
Pero Freud ocupa bastante de sus escritos para aclarar el tema del inconciente, no sólo para explicar sus características, sino para resaltar la preponderancia que tiene en la génesis de las patologías mentales respecto a las otras dos instancias, el conciente y el preconciente. Al respecto dice: “Es preciso revertir la sobrestimación por la propiedad «conciencia»; es este un requisito indispensable para cualquier intelección correcta del origen de lo psíquico. Lo inconciente, según la expresión de Lipps [1897, págs. 146-7], tiene que suponerse como una base universal de la vida psíquica. Lo inconciente es el círculo más vasto, que incluye en sí al círculo más pequeño de lo conciente; todo lo conciente tiene una etapa previa inconciente, mientras que lo inconciente puede persistir en esa etapa y, no obstante, reclamar para sí el valor íntegro de una operación psíquica. Lo inconciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales.[9]
Luego, explica algunas diferencias entre conciente e inconciente. Sobre este tema señala: “Ahora llamemos «conciente» a la representación que está presente en nuestra conciencia y de la que nosotros nos percatamos {we are aware), y hagamos de este el único sentido del término «conciente»; en cambio, a las representaciones latentes, si es que tenemos fundamentos para suponer que están contenidas en la vida anímica -cómo los tuvimos en el caso de la memoria-, habremos de denotarlas con el término «inconciente». [10] Ahora, Freud se apresura a aclarar que el inconciente que él describe no se limita sólo a ser lo opuesto a lo conciente, tal como sostenían los filósofos. Añade en otro texto: “El término «inconciente», que hasta aquí empleábamos en un sentido meramente descriptivo, recibe ahora un significado más amplio. No sólo designa pensamientos latentes en general, sino, en particular, pensamientos con un cierto carácter dinámico, a saber, aquellos que a pesar de su intensidad y su acción eficiente se mantienen alejados de la conciencia.[11]
Con esto quiere decir que, a pesar de que un pensamiento puede estar fuera de la conciencia, puede tener un control efectivo de la conducta de las personas. El considera que aún alejados de la conciencia, su vitalidad puede ser notoria. Por ello sugiere que: “es del todo correcto que los deseos inconcientes permanecen siempre alertas. Constituyen caminos siempre transitables tan pronto como una cantidad de excitación se sirve de ellos. Y aun es una particularidad destacada de los procesos inconcientes el permanecer indestructibles. En el inconciente, a nada puede ponerse fin, nada es pasado ni está olvidado”.[12] De estas declaraciones, se desprenden dos cualidades importantes: la primera, que lo inconciente es la realidad para uno mismo y, la segunda, que lo pasado siempre será el presente.
Por último, aclara que prefiere llamarle “lo inconciente” a todo lo que se almacena en el inconciente y luego pasa a describir otras de sus cualidades. Veamos lo siguiente: “…en lo inconciente no existe un signo de realidad, de suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto”.[13] Para Freud, el material que llega al inconciente puede proceder de material desplazado que simplemente ha salido de la conciencia. Pero también llega allí material reprimido, del cual la persona hace un esfuerzo por no dejarlo entrar a la conciencia. Sostiene que: “La represión es el método de negar la existencia del deseo instintivo que exige satisfacción, tratándolo como si no existiera, relegándolo al inconsciente y olvidándolo”.[14] Aunque también aclara que: “todo lo reprimido es inconciente, pero no de todo lo inconciente podemos aseverar que está reprimido. «Inconciente» es un concepto puramente descriptivo, impreciso en muchos aspectos; por así decir, un término estático”.[15]
Ahora, de lo inconciente nos interesa resaltar la poderosa incidencia que tiene en la conducta pero a la vez, la paradójica imposibilidad de fluir voluntariamente a la conciencia. De ahí se entiende entonces que la transferencia, como vía de manifestación de éste, es un importante descubrimiento que pone en manos del psicoanálisis una herramienta de trabajo de mayor efectividad que la técnica de la sugestión, la cual terminó siendo desplazada. Y es que en la transferencia, el material fluye en una forma encubierta, sin parecerlo para la conciencia de la persona. Es un proceso que revela el inconciente en toda su vastedad. Y no sólo ocurre hacia la persona del médico, sino hacia objetos y hacia uno mismo. Esta propiedad la describe Freud en el siguiente texto: “Acaso otros motivos especiales favorecieran esa trasferencia sobre el «inocente» reloj de la dama…”[16] O lo que pone de manifiesto en la siguiente expresión: “… son tantas las condiciones favorecedoras que se requieren para esa trasferencia de la excitación puramente psíquica a lo corporal que yo he llamado conversión…” [17]
Regresando al tema de la transferencia, traigo a colación la distinción que hacía Freud sobre el uso del término en plural y en singular. Esta precisión, a la que nos acogemos en este trabajo, nos parece oportuna ya que, de no tomar en cuenta la diferencia entre uno y otro término, podría ocasionar dificultad en la comprensión de los contenidos teóricos. El término usado en singular hace referencia al proceso transferencial, tal como podemos ver en el título de una de sus obras: “El análisis de la transferencia” o en el siguiente texto: “La primera parte de este contenido onírico se enlaza con la cura y con la trasferencia sobre mí”.[18] En cambio, el uso del término en plural, hace referencia a los contenidos transferidos, tal como se observa en el siguiente texto: “En el curso de una cura psicoanalítica, la neoformación de síntomas se suspende (de manera regular, estamos autorizados a decir); pero la productividad de la neurosis no se ha extinguido en absoluto, sino que se afirma en la creación de un tipo particular de formaciones de pensamiento, las más de las veces inconcientes, a las que puede darse el nombre de «trasferencias».[19] Aquí, evidentemente el término en plural ha sido puesto entre comillas por el autor, para resaltarlo, mientras lo define como objetos abstractos (formaciones de pensamiento). O como lo explica mejor Franz Alexander en el siguiente texto: “él [Freud] le llamó así a las reacciones como temor, hostilidad, suspicacia, resentimiento, desafío, dependencia indebida, sumisión excesiva, amor, idolatría, desprecio, etc., que aparecían en el transcurso de la sesión analítica, y que parecían no guardar una relación con el trato recibido por parte del analista.[20]
Hacia 1901, aún Freud no estaba muy claro sobre el mecanismo y objetivos de la transferencia pero comenzó a entender el valor de ésta como elemento fundamental en la cura. En el “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (Freud, 1901), se lamenta de no haberla tomado en cuenta como vemos en la siguiente transcripción: “Justamente la pieza más difícil del trabajo técnico no estuvo en juego con la enferma; en efecto, el factor de la «trasferencia», de que se habla al final del historial clínico, no fue examinado en el curso del breve tratamiento”.[21] Más adelante, en el mismo escrito confirma su valor. “La trasferencia, destinada a ser el máximo escollo para el psicoanálisis, se convierte en su auxiliar más poderoso cuando se logra colegirla en cada caso y traducírsela al enfermo”. [22]
Hacia 1905, confirma este estatus otorgado a la trasferencia y se refiere al análisis de ésta como otra de las herramientas que hacen posible la cura, al mismo nivel que la asociación libre y, de hecho, en forma permanente, de mejor manera que la sugestión. Al respecto señala: “agreguen todavía la valoración de otros fenómenos que se ofrecen en el curso del tratamiento psicoanalítico, sobre los cuales haré luego algunas puntualizaciones bajo el título de la «trasferencia», y llegarán conmigo a la conclusión de que nuestra técnica es ya lo bastante eficaz para poder resolver su tarea, para aportar a la conciencia el material psíquico patógeno y así eliminar el padecimiento provocado por la formación de síntomas sustitutivos”.[23]
Otra declaración sobre la importancia que Freud otorgó a la transferencia la podemos leer en la obra “Cinco conferencias sobre psicoanálisis”, publicada en 1909. Al respecto señala: “Señoras y señores: Les he mantenido en reserva la experiencia más importante que corrobora nuestro supuesto sobre las fuerzas pulsionales sexuales de la neurosis. Siempre que tratamos psicoanalíticamente a un neurótico, le sobreviene el extraño fenómeno de la llamada trasferencia”.[24] Luego, por primera vez en sus escritos publicados hasta esa fecha, hace una explicación más precisa acerca de lo que él concebía sobre el tema. Al respecto dice: “…vale decir,
vuelca sobre el médico un exceso de mociones tiernas, contaminadas hartas veces de hostilidad, y que no se fundan en ningún vínculo real; todos los detalles de su emergencia nos fuerzan a derivarlas de los antiguos deseos fantaseados del enfermo, devenidos inconcientes. Entonces, revive en sus relaciones con el médico aquella parte de su vida de sentimientos que él ya no puede evocar en el recuerdo, y sólo reviviéndola así en la «trasferencia» se convence de la existencia y del poder de esas mociones sexuales inconcientes”.[25]
Otros puntos importantes reconocidos por Freud en este escrito, respecto a la transferencia, son, por una parte, que ésta es de carácter universal y no un fenómeno circunscrito al ámbito de la relación analítica. Al respecto dijo: “Por lo demás, no crean ustedes que el fenómeno de la trasferencia, sobre el que desdichadamente es muy poco lo que puedo decirles aquí, sería creado por el influjo psicoanalítico. Ella se produce de manera espontánea en todas las relaciones humanas, lo mismo que en la del enfermo con el médico;…”[26] Y, otro aporte, es que introduce el concepto de “contratransferencia”, al cual le asigna un valor equiparable a la transferencia. Respecto a esta última señala que “Otras innovaciones de la técnica atañen a la persona del propio médico. Nos hemos visto llevados a prestar atención a la «contratrasferencia» que se instala en el médico por el influjo que el paciente ejerce sobre su sentir inconciente, y no estamos lejos de exigirle que la discierna dentro de sí y la domine”.
A pesar de que Freud le dio importancia al tema de la contratransferencia, fue muy poco lo que publicó sobre el tema. Pero entendemos que, básicamente, la contratransferencia es la acogida, por parte del analista, de las demandas del paciente. Esta afirmación se basa en lo expresado por él en la 27ª conferencia titulada “La trasferencia” (Freud, 1916), en la cual habló, aunque sin mencionar que se trata de la reacción contratransferencial, en los siguientes términos: “Queda excluido ceder a las demandas del paciente derivadas de su trasferencia, y sería absurdo rechazarlas inamistosamente o con indignación; superamos la trasferencia cuando demostramos al enfermo que sus sentimientos no provienen de la situación presente y no valen para la persona del médico, sino que repiten lo que a él le ocurrió una vez, con anterioridad”.[27]
Retomando la idea que tenía Freud sobre la dinámica de la transferencia, en 1912 publicó un artículo del mismo nombre en el que señala que “…otra parte de esas mociones libidinosas ha sido demorada en el desarrollo, está apartada de la personalidad conciente así como de la realidad objetiva-, y sólo tuvo permitido desplegarse en la fantasía o bien ha permanecido por entero en lo inconciente, siendo entonces no consabida para la conciencia de la personalidad. Y si la necesidad de amor de alguien no está satisfecha de manera exhaustiva por la realidad, él se verá precisado a volcarse con unas representaciones expectativa libidinosas hacia cada nueva persona que aparezca, y es muy probable que las dos porciones de su libido, la susceptible de conciencia y la inconciente, participen de tal acomodamiento. [28]
Vale la pena señalar que, para Freud, lo libidinoso es lo que tiene que ver con la libido y, a su vez, define ésta como la energía de las pulsiones sexuales. Quizás la declaración más categórica de este pensamiento lo encontramos en una carta que él le enviara, en 1921, a Edouard Claparede, con motivo de una inexactitud encontrada en la traducción de sus Cinco conferencias sobre psicoanálisis en la que confundía la libido con las pulsiones yoicas: Freud escribió: “Por el contrario, yo he declarado y repetido con máxima claridad, en relación con las neurosis de trasferencia, que establezco un distingo entre las pulsiones sexuales y las pulsiones yoicas, y que, por lo que a mí respecta, la «libido» sólo designa la energía de las primeras, de las pulsiones sexuales. Es Jung, y no yo, quien hace equivalente la libido a la fuerza pulsional de todas las operaciones psíquicas, y quien combate la naturaleza sexual de la libido. La descripción que usted hace no se ajusta a mi concepción ni a la de Jung, sino que es una mezcla de ambas: de mí toma la naturaleza sexual de la libido y de Jung su significación generalizada”.[29]
Freud comprende que la transferencia no se hace más intensa en personas neuróticas que están bajo análisis, en relación a no neuróticos, y explica esta condición basado en el hecho de que, probablemente, la persona sin entrenamiento psicoanalítico no es capaz de percibirla. Al respecto dijo: “No es correcto que durante el psicoanálisis la trasferencia se presente más intensa y desenfrenada que fuera de él. En institutos donde los enfermos nerviosos no son tratados analíticamente se observan las máximas intensidades y las formas más indignas de una trasferencia que llega hasta el sometimiento, y aun la más inequívoca coloración erótica de ella”.[30]
Por otra parte, sostiene que el análisis de la transferencia, a pesar de ser un paso obligado para llegar a la cura, la convierte en un mecanismo de resistencia de la mayor intensidad. Al respecto señala que: “Toda vez que la investigación analítica tropieza con la libido retirada en sus escondrijos, no puede menos que estallar un combate; todas las fuerzas que causaron la regresión de la libido se elevarán como unas «resistencias» al trabajo, para conservar ese nuevo estado.[31] El señala que es, en ese momento en que se adentra al análisis hasta lo profundo del inconsciente, donde se origina la transferencia, pero a la vez, se erige como mecanismo de resistencia para impedir que surjan a la conciencia los conflictos allí guardados. Una de las formas en que se puede identificar una transferencia es que ésta adquiere un aspecto de resistencia, lo que es señal de que el paciente ha traído a la consciencia material enclaustrado en el inconsciente.
Para Freud, la transferencia tiene dos polaridades. La positiva, que se refiere a sentimientos amistosos y tiernos; y la negativa, que se caracteriza por sentimientos hostiles. Ambas tienen el mismo origen ya que al principio de la vida sólo tuvimos conciencia de objetos sexuales. Pero, para efectos del tratamiento, la trasferencia sobre el médico sólo resulta apropiada como resistencia dentro de la cura cuando es una trasferencia negativa, o una positiva de mociones eróticas. Identificarla tempranamente le abre a uno las puertas hacia el material patógeno, tal como lo expresa en el siguiente texto: “Así, uno se ve forzado a empezar poniendo en descubierto esa trasferencia; desde ella se encuentra con rapidez el acceso al material patógeno”.[32]
Hacia 1914, Freud le añade un nuevo significado a la transferencia. Escribió que: “Pronto advertimos que la trasferencia misma es sólo una pieza de repetición, y la repetición es la trasferencia del pasado olvidado;… Por eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no sólo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida”[33] También señala que la transferencia suave, positiva y no expresa, sólo remonta al paciente a recuerdos de su pasado. Pero cuando la transferencia se vuelve hostil, agresiva es porque se está tocando material sensible que lo obliga a reprimir, activando la resistencia. Entonces repite. Y él mismo se pregunta: ¿Qué repite el paciente? Y luego se contesta: “Repite todo cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y además, durante el tratamiento repite todos sus síntomas”[34] Lo que se logra con el tratamiento es impedir todas las acciones de repetición más significativas y utilizar el designio de ellas como un material para el trabajo terapéutico.
También, reitera el papel de la transferencia en la curación analítica. Sobre este punto señala que: “En cualquier otro tratamiento sugestivo, la trasferencia es respetada cuidadosamente: se la deja intacta; en el analítico, ella misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la finalización de una cura analítica, la trasferencia misma tiene que ser desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la superación de resistencias ejecutada con su ayuda y en la trasformación interior promovida en el enfermo”.[35]
Hacia 1,925 habló nuevamente sobre el papel de la transferencia en la cura, reiterando que mientras es tierna y moderada, o sea, positiva, tiende a cimentar los lazos de relación con el médico y que, mientras es hostil, o sea, negativa, tiende a romper la relación con el médico. Lo dijo de la siguiente manera: “En segundo lugar, no se olvide que todas esas escenificaciones necesitan de unas acciones inamistosas hacia el analizado, y mediante ellas uno daña la actitud tierna hacia el analista, la trasferencia positiva, que es el motivo más poderoso para la participación del analizado en el trabajo analítico en común. Por tanto, no sería lícito esperar demasiado de este procedimiento. En cambio, cuando se torna apasionada u hostil, se convierte en un instrumento de la resistencia, lo cual también es un obstáculo. Sin embargo, esta última condición es la que abre el camino para el análisis y, bien conducido, puede concluir en la afloración total del material inconsciente a la conciencia”.[36]
De todo lo expuesto por Freud, a lo largo de sus escritos, podemos resumir la idea que él tenía acerca de la transferencia, en sus propias palabras: “¿Qué son las transferencias? Son productos ulteriores de los impulsos y fantasías que han de ser despertados y hechos conscientes durante el desarrollo del análisis y que entrañan como singularidad característica de su especie, la sustitución de una persona anterior por la persona del médico. O para decirlo de otro modo: toda una serie de sucesos psíquicos anteriores cobra de nuevo vida, pero no ya como pasado, sino como relación actual con la persona del médico. Algunas de estas transferencias se distinguen tan sólo de su modelo en la sustitución de persona. Son, pues, insistiendo en nuestra comparación anterior, simples reproducciones o reediciones invariadas”. [37]
Hasta aquí hemos visto todo lo que teorizó Freud acerca de la transferencia. Ahora, es preciso ver la opinión que tienen otros autores, contemporáneos o posteriores a él, sobre el tema, porque dentro de este conjunto, hay quienes están de acuerdo con sus ideas y quienes lo adversan. Sin embargo, no está demás reconocer el mérito de Freud, de haberla introducido al campo de la psicología y de haber sentado las bases sobre lo que se ha tejido toda la teoría que ha contribuido a tener una mejor comprensión de este proceso.
En primera instancia está el tema de la transferencia como un hecho intrapsíquico. Freud creía que éste proceso se circunscribía al ámbito interno del individuo (intrapsíquico), originado debido a recuerdos inconscientes del pasado. Así lo expresa cuando escribió lo siguiente: “…no creemos que la situación creada por el tratamiento pueda justificar la génesis de los mismos [comportamientos]”.[38] Santiago Rosenberg, editor del “Compendio de las Obras Completas de Sigmund Freud”, da relevancia a esta idea cuando cita un texto de Freud en el que señala que: “El paciente dirige hacia su médico un grado de sentimientos afectuosos que no están basados en la relación real entre ambos y que sólo puede tener su origen en antiguas fantasías de deseo que se han tornado inconscientes en el paciente”.[39]
Muchos autores como Merton M. Gill, por ejemplo, se oponen a esta idea. Creen que la transferencia no es un hecho intrapsíquico, desligado de la relación real y actual con el terapeuta. En un artículo titulado “El análisis de la transferencia”, Gill cita otros autores que piensan como él. Al respecto, expresa lo siguiente: “Kohut y Loewald, han resaltado que el uso que dio Freud al término ‘transferencia’ en su obra ‘La Interpretación de los Sueños’, revela la falacia de considerar que la transferencia se puede expresar libre de conexión alguna con el presente”.[40] Concluye que cualquier transferencia debe tener un vínculo con la actualidad de la situación analítica.
Otto Kernberg, por su parte, señala que: “De hecho, pudiéramos decir que los pacientes tejen los hilos de su transferencia sobre las protuberancias de la personalidad del analista”.[41] Kernberg cree que “la transferencia reactiva, en el aquí y ahora, las relaciones objetales internalizadas en el pasado pero que éstas no reflejan relaciones objetales reales, sino más bien una combinación de internalizaciones realistas y fantaseadas a menudo muy distorsionadas, y de las defensas contra ellas. Ve una tensión dinámica entre el ‘aquí y ahora’ (que refleja la estructura intrapsíquica) y los determinantes genéticos inconscientes del ‘allí y entonces’, derivados de la historia evolutiva del paciente.[42]
Según Martha Stark la transferencia nunca surge solamente dentro del paciente; es siempre y en todo momento sensitiva a la interacción analítica. Stark señala que: “Como el paciente debe construir e inferir cómo el analista lo ve a él o a ella, sobre la base de las observaciones del paciente de la conducta verbal y no verbal del analista, la percepción del paciente de cómo el analista lo ve a él o a ella reflejará las operaciones de los principios organizativos característicos que el paciente utiliza para construir, inferir e imaginar cómo otras personas sienten acerca de él o de ella. Como estos principios organizativos se derivan de experiencias del pasado, ellos resuenan si no repiten en el aquí y ahora las experiencias formativas de la infancia. De este modo, la transferencia es una creación conjunta de paciente y terapeuta”.[43]
Por su parte, Franz Alexander nos recuerda que “tales reacciones transferenciales coexisten con otras reacciones más apropiadas ante el médico, y con la aceptación realista de éste como alguien que está tratando de ayudarlo y curarlo, como una persona experimentada y preparada en la que el paciente puede tener una razonable confianza y seguridad”.[44]
Sobre este punto, expresamos nuestro acuerdo con Freud de que la transferencia es un hecho intrapsíquico, eso sí, siempre y cuando el sentido en que utilizó el término hubiese sido para referirse sólo a aquello que ocurre a lo interno de la mente. Es nuestro parecer que todo el proceso transferencial ocurre sólo a nivel interno del sujeto, incluido el hecho de que la transferencia se origina a causa de una persona real porque, como veremos un poco más adelante, la forma en que el yo se relaciona con esa persona real es a través de la imagen internalizada de ella, no a través de una relación directa. Adicionalmente, aún cuando la transferencia pudiera tener una intencionalidad de controlar el comportamiento de la otra persona real, en la relación, desde el mismo momento en que surte ese efecto, ya hemos abandonado sus linderos para adentrarnos en los de la contratransferencia, la cual no pertenece a la interioridad del yo sino a la interioridad del otro.
Por otra parte, no entendemos el por qué en la argumentación en contra de Freud se recurre a la idea de que lo intrapsíquico es opuesto a lo relacional. Esta es una argumentación falaz porque lo uno no es excluyente de lo otro. Para decirlo de un mejor modo, que algo sea un hecho intrapsíquico no quiere decir que está totalmente desconectado de lo exterior. De hecho, la transferencia se activa a causa de una persona real, pero esto no quiere decir que esa persona real se introduce, como tal, en el mundo interno del yo. Lo que diríamos, parafraseando a Freud, es que el yo le da una investidura de poder a la imagen fantaseada e internalizada de la persona real, y sobre ella fundamenta su relación.
Otro hecho importante que ha sido debatido respecto a la transferencia es acerca de la forma en que se “transfiere” material desde el inconciente hacia “el otro”, a pesar de que ya, hacia 1913, en un escrito sobre el tratamiento de la histeria, Freud había hecho referencia al concepto de “objetos” señalando que estos son la fuente de donde se extraen los “sentimientos afectuosos o inafectuosos” que después se transfieren a la persona del médico. También Otto Kernberg utilizó el concepto “relaciones objetales internalizadas” como fuente del material transferencial. Para mejor comprensión de lo expresado por ellos, recurrimos a las ideas de Melanie Klein sobre el tema.
La teoría de las relaciones objetales gira en torno a cómo la experiencia de la relación con los objetos genera organizaciones internas perdurables de la mente. Se llama objeto a una persona (objeto total), a una parte de una persona (objeto parcial), o a una imagen más o menos distorsionada de éstas. El “objeto interno” es aquella representación psíquica que el individuo hace del “objeto externo”. Se basa en la hipótesis de que las estructuras psíquicas se originan en la internalización de las experiencias de relación con los objetos.
Klein y sus seguidores explican que el primer objeto con el que nos relacionamos, desde nuestra concepción, es la madre (objeto arcaico). De él se va tomando conciencia paulatinamente, durante los primeros meses de vida, hasta internalizarlo, pero no como una imagen que replica a la real, sino como una representación difusa, interpretada de acuerdo a la incipiente capacidad de apercibir. Este objeto primario es el punto de partida desde donde se impregnan de cualidades a los nuevos objetos que el yo empieza a internalizar. A lo largo de la vida, vamos internalizando modelos o representaciones (objetos internos) de las personas con las que entramos en relación. En este proceso, los objetos más antiguos o más significativos son la fuente desde donde se modelan las nuevas representaciones que vamos haciendo. De hecho, sostiene Klein, los propios objetos internos van sufriendo modificaciones según nuestras experiencias y desarrollo.
Cierro este paréntesis declarando que, en este trabajo, acogimos las explicaciones de Klein, sobre las relaciones objetales, porque las consideramos muy oportunas para tener una mejor comprensión de la dinámica de la transferencia y porque amplían una idea ya esbozada por Freud al respecto. Tan sólo nos gustaría acotar que, a nuestro juicio, el uso del término “objeto”, debería hacerse a secas, toda vez que anexarle el distintivo “interno” nos daría una expresión redundante; y el término “externo” nos daría una expresión paradójica. Si analizamos profundamente llegaremos a la conclusión de que el único objeto existente para el yo, es aquel del que tiene conciencia y, como ya hemos visto, el yo sólo tiene conciencia de la imagen internalizada de la persona real. Para efectos prácticos, no hace una distinción entre lo real y lo fantaseado. En este trabajo, a lo externo, lo llamamos “persona real”, y a la representación interna, “objeto”.
Retornando nuevamente a la dinámica de la transferencia, trataremos de articularla con los contenidos de las relaciones objetales recién expuestos, haciendo una lectura “entre líneas” de aquella expresión de Freud en la que señala que “en la transferencia, el sujeto sustituye a una persona anterior por la persona del médico”. Según nuestro interpretación de sus palabras, la persona anterior equivale al “objeto”, mejor dicho, a la representación interna que el sujeto tiene acerca de una persona real, la cual ya no está presente; y la persona del médico, por analogía, tampoco se refiere al médico real, al que está frente al paciente, sino a la representación interna que éste, el paciente, se está formando del médico. Ahora, en este mundo virtual, conformado por representaciones internas, es donde el sujeto reemplaza al “objeto anterior” por el “nuevo objeto” y empieza a mirar al médico “como si fuera el otro objeto”, tal como señaló Freud, “dejándose envolver por él”. Y sobre esta nueva concepción, basa su relación real, tratando al médico como si fuera el otro. Esta interpretación también da sentido a su observación de que la transferencia es la explicación de actitudes del paciente que no son atribuibles al trato que recibe del médico.
Basado en estas y otras ideas planteadas por Freud e investigadores posteriores a él, hemos llegado al punto donde podemos plantear el significado con el que utilizamos el término “transferencia”, en este trabajo, y los componentes que entran en juego en su expresión. Creemos no haber añadido nada nuevo a la teoría existente, sino que, en estricto apego a los principios extraídos de la fuente, hemos complementado las explicaciones con material de otros autores, en aquellos casos en que consideramos un poco oscuras las ideas y declarado nuestra posición teórica, en aquéllos donde hay controversia.
En principio, consideramos que la transferencia es un proceso intrapsíquico mediante el cual el yo traspasa contenidos afectivos y relacionales, desde objetos ya internalizados, hacia la representación de una persona (nuevo objeto), en el momento actual de la relación, en donde la persona real actúa como activador del proceso transferencial. De este modo, el nuevo objeto es el resultado de las aportaciones afectivas y relacionales traídas desde otros objetos anteriores, y no una réplica exacta de la persona.
Sobre esta explicación hay algunos puntos que aclarar. ¿Cómo es que el yo determina cuándo transferir, de qué objetos transferir y de qué intensidad son las cargas transferenciales? Respecto a la primera pregunta, a nuestro juicio, el acto de transferir se da desde el mismo momento en que es traído a la conciencia el objeto sobre el que se transfiere, ya sea como resultado de la presencia real de su contraparte, en el exterior, o como una “subida” de su recuerdo desde los archivos de la memoria. En cuanto a los objetos desde donde se hacen transferencias, creemos que esto depende de cuáles de éstos se activan como consecuencia de la presencia real o fantaseada de la imagen externa en la conciencia, produciendo una especie de “resonancia”, pero, en todo caso, un alto componente de esta carga proviene del objeto arcaico ya que, por ser el primero, dejó una huella indeleble a partir de la cual se matizan todos los demás objetos. Y, en cuanto a la intensidad de la carga transferencial, consideramos que ésta depende de la intensidad con que fue puesta en el objeto por la figura original, en el pasado.
Este último punto es un poco complicado y merece una explicación más extensa. Freud, y muchos otros investigadores consideraron que, en la formación de los objetos ya existentes, en el pasado, el yo les asignó una carga de afectos la cual mantienen en reserva, latentes. Esta es la misma que se activa en la transferencia. Y la carga original pudo haber sido positiva como amor, simpatía, admiración, aprecio, etc.; y negativa como odio, miedo, rencor, envidia, etc. Pero también todos sabemos que estas cargas pueden crecer o diluirse sin intermediación de la persona real. Así que, en conclusión, la intensidad de la carga transferencial es la equivalente a la intensidad con la que el yo la invistió, aún estando latente.
Una última discusión es acerca de la intencionalidad de la transferencia. Creo que Freud no fue muy explícito al respecto pero interpretamos que toda transferencia tiene como objetivo movilizar a la persona real hacia una posición congruente con el objeto, a conveniencia del yo. En otro punto aclaramos que si la persona real acoge esta necesidad del yo, ya hemos salido de los linderos de la transferencia para entrar en los linderos de la contratransferencia, la cual es asunto de la persona real.
De acuerdo a esta idea, durante la relación, la persona real se enfrenta a la posibilidad de desenvolverse tal como es o, por efectos de la transferencia, movilizarse hacia una posición cada vez más congruente con la representación suya en la mente del que transfiere (objeto). La movilización efectiva (contratransferencia) es un evento impredecible. No sólo depende de la intensidad del embate transferencial, sino también de la predisponibilidad de parte del receptor. Como señala Bonnet: “el fenómeno transferencial nace de un encuentro entre dos posibilidades imprevistas de repetición”.[45] Dentro de este contexto, los caminos de la relación se alternan entre lo real y lo transferencial, aunque suponemos que para el que transfiere, su intención primaria es dominar la relación por la vía transferencial.
¿Por qué querría alguien dominar la relación transferencial hasta lograr que la persona real se movilice totalmente hasta una posición congruente con su objeto? Bonnet introduce un concepto interesante al que denomina “escenario primario”. La idea central del autor es que, a través de la transferencia, el sujeto intenta reorganizar el contexto original, físico y psíquico, donde ocurrió la investidura de afecto de sus objetos, con mayor razón cuando el afecto depositado es el origen de lo psicopatológico. Traída, en sus palabras, reproducimos esta idea: “Transferir es aprovechar la presencia del otro para dar nuevamente vida a todos quienes contaron en la existencia y para rearmar los elementos de base constitutivos del psiquismo”.[46] Una vez logrado este propósito, el paciente vive la relación original “como si” fuera la actual, y se distancia de la realidad.
Algo que nos gustaría aclarar es que, para efectos didácticos, en este trabajo nos hemos concentrado en hablar de la transferencia del paciente, para no hacer más compleja la comprensión de este fenómeno. Pero lo cierto es que, así como el paciente hace transferencias y contratransferencias, del lado del terapeuta puede ocurrir algo similar. Entonces, el panorama de la relación entre ambos es sumamente compleja. En propiedad, se debería hablar de la transferencia y contratransferencia del uno, y la transferencia y contratransferencia del otro, pues son dos subjetividades que entran en relación.
Con esta última idea, podemos ahora hacer un inventario de los elementos que entran en juego en la transferencia. Son, básicamente, cuatro. Por una parte, el paciente y sus objetos; por otra, el terapeuta y su contratransferencia; por la otra, el escenario primario y, por último, la relación.
[1] Freud, Sigmund. Hysteria (1888). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard. Página 15
[2] Freud, Sigmund. Prólogo a la traducción de H. Berheim, De la Suggestion (1889). Obras completas de Sigmund Freud,
Edición Standard, Página 23
[3] Freud, Sigmund. “Prólogo a la traducción de H. Berheinm, De la Suggestión” (1888). Obras completas de Sigmund Freud,
Edición Standard, Volumen I, página 22
[4] Freud, Sigmund. Sobre la psicoterapia de la histeria. Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, página 87
[5] Freud, Sigmund. La interpretación de los sueños (1899). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, página 57
[6] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 66
[7] Freud, Sigmund. “Carta 84” (1898) Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Volumen I, página 98
[8] Freud, Sigmund. “El chiste y su relación con lo inconciente”. (|905), Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard,
Volumen VIII, página 50.
[9] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 80
[10] Freud, Sigmund. “Nota sobre el concepto de lo inconciente en psicoanálisis”. Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Volumen XII, página 63
[11] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 65
[12] Freud, Sigmund. “La interpretación de los sueños” (Continuación), Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Volumen V, página 70
[13] Freud, Sigmund. “Carta 69” (1897) Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Volumen I, página 13
[14] Freud, Sigmund. “El presidente Thomas Woodrow Wilson, Un estudio Psicológico”. Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Volumen XXIX, página 14
[15] Freud, Sigmund. “El delirio de los sueños en la Gradiva de W. Jensen”. (1906), Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Volumen IX, página 12.
[16] Freud, Sigmund. Psicopatología de la vida cotidiana (1901) Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, página 69
[17] Freud, Sigmund. “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora, 1901)” Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, página 13
[18] Freud, Sigmund. “La interpretación de los sueños, primera parte”. Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, página 62
[19] Op. Cit. Página 29
[20] Alexander, Franz. (Artículo de Maurice Levine), Psiquiatría Dinámica, Editorial Paidós, Buenos Aires, 3ª edición, 1971, p.279
[21] Freud, Sigmund. “Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora, 1901)” Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, página 3
[22] Freud, Sigmund. Op. Cit., página 30
[23] Freud, Sigmund. “Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1909). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Página 10
[24] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 14
[25] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 14
[26] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 14
[27] Freud, Sigmund. “Transferencia”. 27ª conferencia (1916). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard. Volumen XVI, Página 59
[28] Freud, Sigmund. “Sobre la dinámica de la transferencia (1912). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard, Página 10
[29] Freud, Sigmund. “Carta a Edouard Claparade” Comentario del editor, Obras Completas de Sigmund Freud, Edición Estándar, Volumen XI, página 77
[30] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 24
[31] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 24
[32] Freud, Sigmund. “Sobre la iniciación del tratamiento” (1913). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard. Página 33
[33] Freud, Sigmund. “Recordar, repetir, reelaborar” (1914). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard. Página 36
[34] Freud, Sigmund. Op. Cit. Página 37
[35] Freud, Sigmund. “La terapia analítica”. 28ª conferencia (1916). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard. Volumen XVI, Página 61
[36] Freud, Sigmund. “Análisis terminable e interminable” (1937). Obras completas de Sigmund Freud, Edición Standard. Volumen XXIII, página 66
[37] Freud, Sigmund. “Análisis fragmentario de una histeria («Caso Dora») 1901 [1905] – Volumen XXI pág.47
[38] Freud, Sigmund. Lecciones Introductorias al Psicoanálisis. La Transferencia. Obras Completas de Sigmund Freud, versión electrónica, p.9
[39] Rosemberg, Santiago. Sigmund Freud, Compendio de la “Standard Edition”, de sus Obras Completas. Editorial Santiago Rosemberg, B. Aires, p.23
[40] Gill, Merton M. El análisis de la Transferencia. Artículo. Pág. 75
[41] Kernberg, Otto F. “Trastornos Graves de la Personalidad”. Editorial El Manual Moderno, México, 1987, página 240
[42] Kernberg, Otto F. “Un enfoque de la Transferencia basado en la Psicología del Yo y la Teoría de las Relaciones Objetales”. Artículo
[43] Stark, Martha. Modes of Therapeutic Action, Editorial Jasón Aronson Inc., New Jersey, 1999, pág. 144
[44] Alexander, Franz, (Artículo de Maurice Levine), Psiquiatría Dinámica, Editorial Piados, Buenos Aires, 3ª edición, 1971, pág. 279
[45] Bonnet, Gérard. “La transferencia en la clínica psicoanalítica”. Editorial Amorrortu. Edición original, página 32.
[46] Bonnet, Gérard. Op. Cit.. página 315.
Excelente artículo profesor, nos deja mucho para seguir analizando sobre este amplio tema. Agradecida con los ejemplos dado y la forma simple en que se abarca todos los puntos de la transferencia.
Excelente artículo profesor. Gracias por brindarnos información tan útil y explicada de una forma tan clara..
A la orden.