Contestar a la pregunta ¿qué es la transferencia? es tan simple como contestar a la pregunta ¿qué es una guitarra? Creo que por mucho tiempo los teóricos la respondieron en forma confusa porque la plantearon en forma confusa. Si hay algo complejo en cuanto a la transferencia es la forma en que opera o quizás, la comprensión de ¿por qué hacemos transferencias?, pero no en definir su esencia.
¿Qué es la transferencia? Es un mecanismo biológicamente determinado en la especie humana, cuyo fin primordial es traducir la realidad aprehendida a contenidos entendibles para el self. Eso es todo. Lo demás que se ha dicho de la transferencia no es que no sea cierto, sino que le fue asignado erróneamente. Esto lo veremos en detalle en un instante. Antes, analicemos esta afirmación.
El mecanismo de la transferencia es de origen biológico porque viene con nosotros al nacer, de la misma manera en que viene con nosotros el mecanismo de la sed o el mecanismo del hambre. No hay otra forma de argumentar sobre este punto. No aprendemos a hacer transferencias como no aprendemos a tener sed o hambre. Simplemente se activa un mecanismo existente y hacemos transferencias. Quizás, lo que aprendemos es a utilizar este mecanismo con mayor o menor destreza.
La transferencia da al self los insumos para reaccionar al instante a la realidad que lo circunda. Esa realidad es compleja y cambiante. Por ende, la transferencia es dinámica y permanente. La transferencia procesa lo que toma de la realidad a “prima facie” y lo complementa con contenidos internos extraídos de la experiencia, elaborando una construcción que se denomina “objeto”. Los objetos se archivan en el inconsciente pero se activan una y otra vez cuando el self está frente a la realidad que representan o cuando su recuerdo es subido a la consciencia. Estas creaciones no son estáticas porque la realidad no es estática. Se actualizan permanentemente en tanto el self hace uso de ellas una y otra vez. Se construyen, se deconstruyen o se modifican con información que proviene de la realidad y con información que proviene de otros objetos. Si tuviéramos que precisar una acción que definiera mejor la transferencia, podríamos decir que es esta última. Transferir es aquella operación de intercambiar características afectivas, cognitivas y relacionales para construir un nuevo objeto o para actualizar uno ya existente.
Sobre la transferencia de material afectivo, cognitivo y relacional, hay un aspecto que considerar. No se transfieren estas características de cualquier objeto, tomado al azar del inconsciente. Se transfiere material de aquellos objetos que comparten alguna característica común con el nuevo objeto, siendo los objetos más antiguos los de más presencia dado que, por su propia constitución y antigüedad, han impregnado a los objetos sucesivamente creados a partir de ellos. Véase el caso del objeto arcaico; la madre. Es el objeto original del cual se han teñido los sucesivos objetos. Es omnipresente y poderoso porque marcó la primera ruta afectiva, cognitiva y relacional para el self, lo cual viene a ser una huella indeleble en el psiquismo, que no tiene un “antes” ni un “otro”.
Ahora, ¿qué sentido tiene que la transferencia construya nuevos objetos o los actualice y los archive en los dominios del inconsciente para que queden a disposición del self. El sentido es muy claro. Los objetos son los determinantes de la conducta del self porque ahora ellos representan la única realidad conocida para el self. Si quisiéramos ponerlo en un contexto técnico, diríamos que, en la relación con el exterior, el self pone por delante al objeto y anula la realidad, por ende, desconoce la realidad objetiva. Entonces, el self actúa como si la realidad objetiva fuera idéntica a la realidad de su objeto. Esto nos permite aseverar que la función del objeto como guía de la conducta proviene de la parte del self, no de la parte de la transferencia; o sea, no es una función de la transferencia hacer que el objeto guíe al self en su comportamiento frente al exterior. Sino que es función del self decidir qué objetos utilizar en la organización de la operación transferencial en su relación con el exterior.
Hasta aquí, es transferencia. Todo lo demás que se ha dicho de ella como la contratransferencia, la proyección del objeto, el control del otro, etc. son funciones ciertas pero que no le pertenecen. Pertenecen a los dominios del self. Sin embargo, aún hay cuestiones verdaderamente complejas que contestar acerca de la transferencia. ¿Por qué hacemos transferencias? Esto tiene una respuesta lógica. Cuando creamos un poema, esa nueva realidad la construimos sobre fragmentos de la experiencia ya vivida. No construimos una idea sobre experiencias no vividas, ni un verso, sobre palabras no sabidas. Así mismo, al construir un nuevo objeto que representa una nueva realidad, no lo construimos sobre experiencias no vividas ni sobre material no conocido. La transferencia ayuda a construirlo organizando material que proviene de afuera, de la realidad de la cual estamos en contacto y de material cognitivo, afectivo y relacional que proviene de objetos ya construidos porque no hay otra opción. Esta construcción arbitraria, en cierto modo, es necesaria porque la realidad es imposible de aprehender en su totalidad. En su defecto, el objeto construido burdamente es una respuesta práctica del self para contactarse con el exterior. Transferir es volver a caminos conocidos. Es teñir lo nuevo de lo sabido.
Este asunto es interesante. El objeto construido por la transferencia se archiva en los dominios del inconsciente. Para el psicoanálisis clásico, es el propio mecanismo transferencial quien lo proyecta sobre el otro, dando origen a una serie de mecanismos que van desde la contratransferencia hasta los procesos de la identificación proyectiva. Como hemos dicho, no estamos de acuerdo con esta posición. La proyección del objeto sobre la realidad está a cargo del self, no de la transferencia. A su vez, esta proyección del objeto se hace evidente a través de la conducta. El comportamiento del self frente al otro refleja la forma en que lo concibe, o sea, cómo son las cualidades cognitivas, afectivas y relacionales sobre las que ha sido construido el objeto que lo representa. Entonces, la conducta es el mecanismo que vincula al self con el otro. Pero este vínculo es relativo. Digámoslo de este modo. La conducta pone a los objetos en los límites del self. Los hace visibles para el otro de la misma manera que un comerciante pone sus productos en exhibición, en una vitrina, a la vista del cliente. Pero esto no significa que el objeto puesto en el campo perceptual del otro tenga un efecto. No hay nada que haga ineludible una respuesta conductual del otro frente al uno.
Antes de analizar esta última afirmación finiquitemos algunas ideas que corresponden a la parte del self y sus objetos. La transferencia traduce la realidad a contenidos comprensibles para el self y los organiza en forma de construcciones denominadas objeto. Los objetos están construidos, una parte, por material extraído de la realidad y otra, por material cognitivo, afectivo y relacional proveniente de objetos anteriores ya construidos. Los objetos de donde proviene este material no son escogidos al azar; se activan y se transfiere material sólo de aquellos que guardan alguna característica en común con la realidad de la cual se está haciendo una elaboración. Entonces, esta idea nos lleva a dos conclusiones. Primero, hay algo que regula la operación transferencial. Algo que determina qué objetos tienen una característica común y qué característica es a la que se va a dar relevancia. Ese algo lo es el self, no la transferencia. Esta última no es un proceso autónomo ni inteligente, desligado de toda conexión con el resto del organismo psíquico. Por consiguiente, la transferencia está al servicio del self. Segundo, el self, como ente rector de la actividad transferencial, no es un ente que se desarrolla a partir de la transferencia. No puedo afirmar nada acerca de las características y orígenes del self porque es materia que trasciende a un plano de comprensión metapsicológico que quedaría por esclarecer; pero sí puedo afirmar categóricamente que el self es un ente completo, unitario y cohesionado, que no necesita desarrollarse, evolucionar ni madurar en forma alguna. Por el contrario, quienes necesitan cumplir todas estas fases evolutivas son los organismos físico, psíquico y la transferencia, para ir dando oportunidad al self a manifestarse cada vez más a plenitud. Obviamente, esto no implica que este fin tenga que cumplirse en todo humano. Esto únicamente implica que esta es la meta a alcanzar, tarea que podría ser lograda en mayor o en menor grado por unos u otros. Si no se logra, el self simplemente tiene la opción de replegarse sobre sí mismo y aislarse del medio como en el caso de las psicosis.
Si no fuese el self un ente completo, cohesionado, unitario; de características allende a la comprensión de la psicología actual ¿cómo explicaríamos el concepto de la herencia, los fenómenos paranormales, la genialidad; cómo explicamos que un “algo” desconocido exista para organizar la operación transferencial y que ese algo no sea parte del humano? ¿Dónde ubicamos aquella realidad discutida por la metafísica, las experiencias religiosas inexplicables, el concepto de inconsciente colectivo descrito por Jung o la iluminación cósmica y demás? Y aún, conceptos más burdos y absurdos como la brujería y la hechicería y todo lo extraño del ser humano que hayamos podido escuchar. Todo esto, aunque no lo comprendamos, pertenece a la esfera de lo humano. Existe y pertenece al ámbito de la psicología. Por ende, le corresponde a la psicología discutirlos y esclarecerlos. El hecho de que no entendamos qué o cómo ocurren todas estas cosas no es argumento válido para enclaustramos en conceptos estáticos que, a buen juicio, sabemos que algún día tienen que evolucionar.
No estoy de acuerdo con que el self se fragmenta en las psicosis o está en formación en el infante. O que evoluciona a niveles más complejos de acuerdo a la experiencia. Entiendo las implicaciones de estas afirmaciones pero tengo evidencia clínica para sustentarlas. Reitero que lo que evoluciona son los organismos físico y psíquico y la transferencia, para prestar un mejor servicio al self para que éste se pueda manifestar en toda su plenitud. La implicación aquí es que el problema del self, si es que lo hubiese, es de orden social; es decir, ¿cómo se adecúa el self a lo externo? No, ¿cómo se adecúa el self a sí mismo? Aún, en el caso de las psicosis y del autismo, podemos aseverar que el self está intacto pero distante de la realidad. El self sigue dirigiendo operaciones básicas de sobrevivencia, el self sigue organizando un mundo interno, claro que distante de la realidad objetiva, pero útil para protegerlo de un entorno al que no se pudo adecuar por fallas en los mecanismos. ¿Cómo podríamos pensar que un self inmaduro, fragmentado o subdesarrollado podría ser capaz de liderizar una operación transferencial exitosa en medio de la patología mental?
Creemos que el self, en su esencia de orden metapsicológico, está en el núcleo más íntimo del ser y todo lo demás, tanto el cuerpo físico como el cuerpo psíquico y la transferencia se desarrollan en arreglo a sus necesidades. Diríamos que el self es aquel “soplo de vida” con el que se inicia la existencia humana, si lo miramos desde una perspectiva espiritual o aquel “código genético” aportado por el gameto, si lo miramos desde una perspectiva biológica, alrededor del cual se empieza a desarrollar la vida física, mental y espiritual. Ese núcleo vital, como generador de vida, ya está completo, sólo en espera de las condiciones apropiadas para manifestarse. Una semilla no es un árbol pero en sí misma contiene todo lo necesario para que, dadas las condiciones adecuadas, se manifieste a partir de ella toda la materia constitutiva de un árbol.
En las psicosis o en el autismo, el self está completo pero desconectado de la realidad. Lo que falla aquí es la estructura psíquica, la estructura física o la transferencia para sustentar esta conexión. A manera de analogía podemos citar lo que ocurre con el sentido de la visión. ¿Podemos decir que está defectuoso, incompleto o sub-evolucionado el sentido de la visión en un infante de cuatro meses que no entiende el significado de lo que ve? Por supuesto que no. Desde la perspectiva fisiológica, el sistema está completo, perfecto, maduro; en plena capacidad de ejercer su función. El problema, en este caso, es de orden funcional. El infante no comprende lo que ve, no porque su sistema visual esté defectuoso, sino porque le falta aquel ajuste de su función a la realidad.
Volvamos al tema de la transferencia. El self, como ente rector del proceso transferencial, escoge los objetos que desea poner en sus límites, a través de la conducta, para que sean percibidos por el otro. En principio, esta es una operación inocua, que obedece a una lógica muy simple: el self refleja al exterior la forma en que concibe la realidad. A este reflejo el otro puede responder o no. Pero, sobre la respuesta del otro hay dos cosas que considerar. Primero, la parte de realidad con que se construyó el objeto proviene del otro. Y ese otro también hace transferencias. De este modo, la parte de realidad que aprehende el uno, está constituida por una realidad fantaseada por parte del otro. Entonces, ¿cuál es la parte real que aprehendemos? La respuesta es obvia. Ninguna. Para efectos del self, no existe una realidad absoluta si no sólo aquella que él mismo puede concebir. Por extensión, y como todos los humanos en un momento determinado alternamos entre ser el “uno” y ser el “otro”, toda relación humana se funda en realidades subjetivas, fundamentalmente fantaseadas.
¿Es esto desalentador? No. Es simplemente un hecho que evidencia la naturaleza humana y que también pone de relieve la cuestión de la sabiduría del self. ¿Cómo explicar que la especie humana haya evolucionado hacia estadíos superiores teniendo como referencia que su relación con el exterior se fundamenta sobre realidades subjetivas, sólo existentes en su psiquismo? ¿No debería esta condición llevarnos a vivir, cada uno, en un mundo perdido, psicótico o autístico, libre de interacciones sanas, productivas y enriquecedoras? Aquí sólo hay una respuesta. No, porque lo que está detrás de esa relatividad con que apercibimos el entorno y de esa aparente banalidad de la operación transferencial, es un flujo de sabiduría que va desde el self hacia el entorno, cuyo objetivo es modificarlo y hacer que el organismo físico, psíquico y la propia transferencia evolucionen a estos estadíos superiores.
Traemos aquí, a colación, el tema del narcisismo primario. Todo infante viene dotado, estructuralmente, de un poder supremo para supeditar el entorno a su realidad. No al revés. Este mecanismo narcisista es una clara operación de supervivencia como lo es la función de apego. Le garantiza la presencia del otro, muy cerca de él, para satisfacer sus necesidades biológicas, psíquicas y relacionales y, con ello, la existencia como organismo. Si falla, el cuerpo físico desaparecerá indefectiblemente. La presencia del otro es vital para la permanencia del cuerpo físico que viene a ser el medio sustanciador de la existencia del self. Pero esta condición del entorno al servicio del self tiene que cambiar oportunamente hacia una condición de equilibrio entre el self y el entorno y, en el caso que nos ocupa, de la supremacía del self sobre el entorno sólo para influir positivamente en él. Si la supremacía del self sobre el entorno se prolonga más allá de lo estrictamente necesario, entonces estamos hablando de la patología narcisista o narcisismo secundario, entendiendo que esto ocurre porque los organismos físico y psíquico le responden adecuadamente al self. Pero, en caso contrario, cuando no hay este acompañamiento, se frustra el intento dando paso a las patologías neuróticas y psicóticas al ocurrir un repliegue táctico del self.
Aquí, el papel del cuidador es vital. Él o ella lo es todo. Es su único mundo. Si en esa fase narcisista primaria ese otro resulta “suficientemente bueno”, satisfaciendo las necesidades afectivas, relacionales y biológicas del self, se cumple la primera condición para que su relación con el entorno evolucione a otro estadio. La experiencia relacional le da una “base segura” para hacer acercamientos no traumáticos a la realidad, en función de una buena guía del cuidador/a. Este hecho lo incorpora a sus archivos del inconsciente donde se mantiene disponible como insumo para futuros procesos transferenciales. De todo esto resulta un self proactivo en miras de incidir positivamente en la realidad aunque esta realidad se haga más distante en tanto se aproxime a ella.
Pero si el cuidador resultara ser un “otro” negligente, las primeras experiencias relacionales serían traumáticas, dejando una impronta negativa como referencia para futuras experiencias y el self apelaría a ella una y otra vez, tal como lo hemos explicado, a través del mecanismo transferencial. Sería un self proactivo pero a la inversa, evadiendo la aproximación a la realidad a cambio de replegarse sobre sí mismo. Evidentemente, nos referimos a la patología mental, que poco aporta al desarrollo humano.
Volvamos al self y al mecanismo transferencial. Recordemos que el self es el uno mismo; la totalidad de todo lo que somos. La transferencia es el instrumento que está a su disposición para traducir la realidad a contenidos comprensibles para sí mismo y los objetos son los productos que la transferencia elabora puestos a disposición del self. Luego, el self, a través de la conducta, expone estos productos para hacerlos a la vista del otro. Esta secuencia lleva un propósito implícito. Los objetos expuestos están ahí, a la vista del otro, susceptibles a ser aprehendidos o no. Si son aprehendidos por el otro es porque una de dos cosas ha ocurrido. Uno, la vehemencia con que han sido expuestos hace impacto en el otro o, dos, la condición del self del otro es de tal complementariedad con lo expuesto que resuena sin mayor dificultad. No importa cuál sea el caso, a este efecto se le denomina contratransferencia, a mi juicio, apelativo erróneo porque este efecto no es producto de la transferencia sino de la habilidad del self para exponer sus objetos. Yo me atrevería a denominarlo “resonancia” en vez de contratransferencia.
No obstante lo dicho, sí es importante hacer algunas precisiones sobre una y otra condición. Cuando el objeto es expuesto en forma vehemente por el self, es obvio que hay una intencionalidad manifiesta de incidir en el otro para que se movilice a una posición compatible con el objeto. Necesidad narcisista. Esto sería un problema atribuible al self del uno. Pero, cuando la exposición del objeto incide “involuntariamente” sobre el otro dado que la condición de aquel self es terreno abonado para ser impactado, entonces, aquí el problema es del otro. Ahora, indistintamente de esto, el efecto de “resonancia” producido en el otro, en sí, no es para nada patológico. Sólo es un elemento más en la dinámica de la relación interpersonal. Sin estos procesos, no habría comunicación.
La resonancia de los objetos en el self del otro tiene un efecto similar a la actividad de los objetos en el self del uno. Como hemos explicado, no es que el self del uno traspasa sus objetos y los instala en el psiquismo del otro. Es que los objetos puestos a la vista en los límites del self del uno evocan una sensación en el self del otro. A este efecto, que hemos llamado resonancia en vez de contratransferencia, le sigue otro efecto. El de determinar la conducta del otro. Si esto ocurre, el otro se moviliza hacia una posición coherente con las necesidades del self del uno, a lo que Racker llamaría Identificación Proyectiva Concordante o puede movilizarlo a una posición opuesta a las necesidades del self del uno, a lo Racker denominaría Identificación Proyectiva Complementaria. En ambos casos, la actuación de otro está a expensas, en forma indiscutible, de la habilidad del self del uno para organizar esta trama.
El otro punto a considerar es que la respuesta del otro a los objetos puestos por el self en sus límites, a través de la conducta, puede verse potenciada por dos causas. Una, la astucia con que el self puso estos objetos en exhibición a través de la conducta y dos, el encuentro de un terreno abonado por la parte del otro, para acoger los contenidos del self. Recordemos que el otro también hace transferencias y es posible que los contenidos del uno resuenen con mayor énfasis con los contenidos del otro cuando éstos son compatibles o antagónicos. A todo esto debería aclarar que, una vez hablemos del otro, estamos saliendo de los límites del self. Por consiguiente, nada de lo que ocurra en el otro es función, ni de la transferencia ni del self. Lo sucedido en el otro es consecuencia de su propio self y de la forma en que opera con sus objetos. Aquí, concordamos con lo expresado por Freud en el sentido de que la transferencia es un hecho eminentemente intrapsíquico por más que haya un efecto producido en el psiquismo del otro, como hemos explicado, erróneamente atribuido a la transferencia.
De esta idea es que argumentamos que el nombre contratransferencia no es oportuno para nombrar aquella sensación que despierta la conducta en el otro. Al decir transferencia y contratransferencia estamos acogiendo la idea de que algo del uno se transmite al otro y produce un efecto allá. La idea correcta, desde nuestro punto de vista, es que algo de los contenidos del uno resonó con algo de los contenidos del otro, en cuyo caso, encontramos más apropiado denominar a este efecto “resonancia” en vez de contratransferencia.
Una vez más, hasta aquí, seguimos pensando que todos estos procesos no tienen una connotación patológica. Es razonable que la experiencia del self, puesta en condición de ser aprehendida por el otro, evoque en aquel una respuesta, cualquiera que sea. Lo patológico vendría determinado por otras características. Por un lado, el tipo de contenido transferido al objeto y por otro, la respuesta conductual evocada en el otro. En cuanto a los contenidos, nos referimos a afectos negativos como la ira, la envidia, el miedo, etc., y en cuanto a la respuesta conductual, nos referimos a lo que en psicoanálisis se ha denominado “enganche transferencial”. Racker, Klein, Kohut y otros abordaron este tema al referirse a la identificación proyectiva.
De esta afirmación surge una pregunta razonable. ¿Sólo hay dos posibles acciones del otro frente a los objetos expuestos por el self del uno; ir en dirección concordante con las necesidades del objeto o ir en dirección complementaria con las necesidades del objeto? La respuesta es no. Posiblemente esta dicotomía sólo exista en el plano de la relación cotidiana. Porque en el plano terapéutico existe la opción de la posición neutral la cual, en la práctica, viene a ser el análisis de la transferencia. Obviamente estamos refiriéndonos al contexto de la psicoterapia psicoanalítica. El análisis de la transferencia es un proceso técnico que tiene un largo recorrido que se inicia en la parte del terapeuta. La resonancia es el punto de partida. El terapeuta debe ser capaz de distinguir qué de su situación afectiva le corresponde y qué de esa situación corresponde a la actividad del self del paciente. Luego, el terapeuta actúa en forma de espejo, reflejando sobre el paciente aquella situación que le corresponde hasta hacérsela consciente. El efecto implicado es que, al enfocar la mirada del paciente sobre sus objetos, en vez de sobre el terapeuta, cesa la necesidad del paciente de movilizar al terapeuta hacia una posición concordante con el objeto y, en el terapeuta, la posibilidad de movilizarse a una posición concordante o complementaria con el objeto. Las cargas afectivas, cuyo destinatario final es el terapeuta, empiezan un recorrido inverso, desde los límites del self hacia el inconsciente, al no hallar eco en los objetos del terapeuta. De este modo, se deconstruye el objeto original y se vuelve a construir sobre características cognitivas, afectivas y relacionales, cada vez más realistas a lo que el psicoanálisis llamaría la sanación del objeto. Esto sólo es posible gracias a que ahora, el paciente, en un estado evolutivo más avanzado, cuenta con otros recursos con los que no contaba en el momento de la construcción original del objeto y, en una operación en retrospectiva, puede volver a él a reconstruirlo. A esto se le llama regresión y al proceso de volverlo a construir con mejores elementos de juicio, elaboración.
En este proceso terapéutico hay que notar un fenómeno adicional. La experiencia del paciente con el terapeuta, diferente a todas las demás experiencias de la vida cotidiana, le da un sentido especial y único a la relación la cual también es incorporada a la construcción del nuevo objeto. En cierto modo podríamos decir que el paciente, al redirigir sus afectos a los objetos originales, suelta al terapeuta y se engancha en una pugna con sus propios objetos, donde el terapeuta es sólo un observador participante, que orienta y da un marco de referencia al proceso, fundamentalmente liderado por el propio paciente. Al final de todo esto, lo ocurrido es que la transferencia a la inversa permitió que el self devolviera a los objetos originales los afectos originales nocivos que le correspondían, desvaneciéndose éstos del aquí y ahora y logrando, en diferido, una mejor organización psíquica al tener una óptica más sana de sus objetos actuales. En esta condición, hay cada vez mejores oportunidades de manifestación del self ya que éste nunca estuvo fragmentado ni perturbado.
¿Hasta dónde podemos llegar en la comprensión de la transferencia y del self? No lo sé. Hasta donde llegue el límite de nuestra imaginación. Porque, a decir verdad, es tan vasto lo que queda por comprender que si esperamos tener toda la evidencia para demostrarlo, hemos perdido un tiempo valioso. Pienso que la imaginación y la creatividad, si bien no son esta respuesta correcta esperada, abren numerosas rutas de exploración para adentrarnos por otros caminos alrededor de los cuales puede estar esa respuesta correcta.
Panamá, marzo de 2013.
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- Torres Vilar, Natalia. Los procesos de identificación entre el actor y sus personajes. Fondo editorial de la Pontificia Universidad de Perú, primera edición, 2005
buenas tardes profesor. estoy esperando que coloque algún tema en la sección de artículos.
Saludos.
Acabo de publicar un artículo sobre psicología de la delincuencia, en la sección de artículos. Espero le sea de utilidad.
buenas tardes profesor ¿ que ocurre cuando el objeto arcaico no es consolidado de la mejor forma, ya sea por abandono o por fallecimiento de la misma? ¿la realidad que se percibe es difusa o confusa? ¿me podría sacar de dudas?
Una persona real alcanza el estatus de «objeto» solamente cuando ha sido concebido en el psiquismo del bebé. Y el estatus de «arcaico» si fue el primero de todos en ser concebido. Usualmente, debería ser la madre pero, si ella no está, la posición de objeto arcaico es atribuida a quien permanezca físicamente más cerca de él e impacte en su psiquismo. De esta manera, si una madre «no está», nunca será el objeto arcaico del bebé; si está, pero su atención al bebé es deficiente, será su objeto arcaico pero, deficiente. Otra cosa es si lo abandona o muere. Aquí habría una ruptura súbita de su presencia como objeto arcaico y tendrá su impacto negativo en el bebé porque quedaría en el aire. Al ser asumido por otra persona, esta pasaría a ser el segundo objeto y, el anterior, estaría en cualidad de «objeto arcaico perdido», lo cual tendría sus secuelas.
gracias por la información. su recomendaciones me han servido de mucho. no le niego que he tenido dificultades ya que la contratransferencia es fuerte.
trato de enfocarme en la teoría para no cometer error.
Espero este muy bien, Saludos.
Un articulo muy interesante. Gracias por la información. Un cordial saludo.