Aunque se describe aquí como una fase, realmente se trata de una actividad dispersa a lo largo del contacto con el paciente, cuyo objetivo central es conocer, con la mayor precisión posible, los signos y síntomas que presenta; quién es el paciente en el momento actual; cuál es el rol de la patología en su vida cotidiana y, cuáles son sus expectativas de tratamiento.
Recopilar datos del paciente comienza con una aplicación tenaz de la herramienta “observación”, aún desde el primer contacto telefónico. ¿Cómo habla, qué dice? O en la visión que tenemos de él en la sala de espera, ¿qué hace, cuál es su expresión, qué cualidades personales resaltan a primera vista? O cuando entra al consultorio, ¿está ansioso, muestra temor, tiene las manos frías y sudorosas, etc.?
Claro está, es sólo información que mantendremos en calidad de hipótesis hasta que surja la necesidad de ser explorada. Esta necesidad va tomando forma al momento de nuestra pregunta inicial ¿Qué le trae por acá? Pregunta que desencadena una serie de afirmaciones por parte del paciente que, como hemos dicho en el escrito sobre “motivo de consulta” debemos ayudarlo a afinar. ¿Hay compatibilidad entre lo observado y la razón que expresa de su presencia en la consulta?
Lo observado se corresponde con los signos; las manifestaciones del paciente se corresponden con los síntomas. Ambos, signos y síntomas, en conjunto, nos van configurando la ruta diagnóstica de tal modo que, de un universo de posibilidades, se van reduciendo a unas cuantas. ¿De qué índole de patología nos habla el paciente? Por lo menos, ya tenemos algunas hipótesis. ¿Se trata de un problema de personalidad? ¿Es un trastorno mental? O, tenemos una definición más clara. ¿Es por el orden de las depresiones? ¿De serlo, de qué tipo se trata? ¿Un episodio único? ¿Un trastorno? ¿La fase depresiva de un trastorno bipolar? etc. Estas nuevas hipótesis nos proveen los insumos para iniciar el interrogatorio. Preguntaremos, puntualmente, acerca de aquello que creemos sea su patología.